OCTAVIO BASSÓ. ARGENTINO Y GUALDINEGRO

Una de esas historias que te hacen reencontrar la pasión por escribir en gualdinegro llega cuando Agustín, hermano de Octavio, nos envía un par de goles, saludos desde 10.000 kilometros y la confesión del delantero santaferino de su amor por el Barakaldo C.F. Al tiempo, el periodista y socio del Barakaldo C.F. Ander Garrido, desempolva un artículo fabricado en sus tiempos de universidad de la mano de los recuerdos una persona que le conoció bien, Iñaki Zurimendi y del propio atacante argentino. No podemos más que agradecer y publicar íntegramente ésta delicia de texto, El breve paso de Bassó por el club no hace más que alimentar el curioso viaje por el mundo del balonpié de un futbolista que dejó huella.

No creo que haya, en los tiempos que corren, ningún niño que admita que su sueño es ser jugador del Baraka, al igual que ningún chaval gallego dirá que su propósito en la vida es vestir la camiseta del Rápido de Bouzas o una chiquilla melillense quiera pisar La Espiguera vestida de corto antes de morir. Y en el caso de que  de estos tres supuestos llegara a ocurrir, recomiendo encarecidamente a los padres de esa criatura pedir cita en la consulta de un especialista lo antes posible. Sí admitiría que soñaran con jugar en el Olímpico de Roma, Stamford Bridge, el Parque de los Príncipes o Anfield. Incluso, qué cojones, debutar con el Athletic club de Bilbao, pero no con un equipo como el Barakaldo.

Aunque en los últimos años haya aflorado la idea de convertirse en youtuber o influencer (el típico flipado de toda la vida –en muchos casos–, pero con una cámara y conexión a Internet–siempre–), la más reciente encuesta anual publicada por la compañía de recursos humanos Adecco revela que casi uno de cada cinco niños españoles quiere ser futbolista. Y es un dato que no sorprende. De hecho, cuando son preguntados por su jefe ideal, contestan que quieren que sea Messi, Cristiano Ronaldo o Sergio Ramos. El día que se enteren que la mayoría de ellos son semianalfabetos y que defraudan a Hacienda será una risa. Y sí, es una generalidad y siempre hay excepciones, pero en el mundo del fútbol cada vez es más difícil salirse del estereotipo de peinados extravagantes y camisetas ceñidas. Filipe Luis, lateral del Atlético de Madrid y uno de estos jugadores diferentes, dijo en una entrevista publicada en El Mundo el 12 de octubre de 2017 que “los jóvenes creen que si van con un neceser de marca bajo el brazo, unas zapatillas de 400 euros y ocho tatuajes ya son estrellas”. Los deportistas en general —y los futbolistas en particular— no suelen salir de ese estándar. Y, por eso mismo, cuando aparecen historias que trascienden el típico patrón, merece la pena que alguien las saque a la luz.

descargaOctavio Bassó (Santa Fe, 1983) fue el tercer argentino que vistió la zamarra del Baraka. Antes lo habían hecho Cioffi (marcó dos goles durante la temporada 78-79) y Osvaldo (durante la 80-81); después de él llegó Comini. Bassó fue oficialmente presentado por el expresidente Miguel Acero ante los medios de comunicación el 10 de enero de 2006. El jugador, que llegó procedente del Atlético Unión de Santa Fe, había salido de su ciudad natal a 40 grados y declaró tiritando durante aquella noche invernal que “con las ganas de jugar se superarán todas estas dificultades”. Ahora, más de diez años después, admite –con una pausa que enmudece al interlocutor–que recuerda ese acto con mucho cariño: “Cuando me puse la ropa para dar unos toques al balón tenía las piernas moradas del frío. Sufrí bastante durante los primeros días”. Pese a ello, reconoce una rápida adaptación a su nueva vida. “Me integré pronto a ese grupo y al club porque me acobijaron muy bien”, añade.

Aunque esa fuera su presentación en sociedad con la gualdinegra, no era la primera vez que el joven delantero estuvo cerca de pisar el Campo de Fútbol de Lasesarre, que en aquellos días ni siquiera había cumplido los veintitrés. Durante el verano de 2005 y con 22 años, Iñaki Zurimendi le quiso reclutar para el club en plena pretemporada con el equipo, pero por distintas razones no se dio. “Por algunas cuestiones que tenían que ver con mi situación contractual con Unión no pudo hacerse el fichaje por el Barakaldo y, bueno… tuve que esperar unos seis meses”, comenta algo resignado. El técnico sonríe orgulloso cuando se le recuerda el nombre de un jugador que, aunque no figure en demasiados episodios de los libros de historia del club, dejó un gran recuerdo. Se sorprende, incluso, cuando le cuento que tengo concertada una entrevista con él al día siguiente. “¡Claro que me acuerdo, si lo fiché yo!”, dice el de Alonsotegui con el tono dicharachero que le caracteriza. “Era un jugador muy trabajador, un chico muy simpático y un gran compañero. Fue una pena que no estuviera con nosotros desde el principio”.

La realidad es que ese no era su primer fichaje frustrado con un club extranjero. Con 19 años, decidió, al igual que muchos otros jugadores latinoamericanos, participar en un campus de futbolistas en el sur de Italia que podía servir de escaparate para muchos jóvenes. Tras esa prueba que pudo haberse convertido en la parrilla de salida para una prometedora carrera, el Associazione Calcio Venezia (actualmente Venezia Football Club) de la Serie B se fijó en él y en algunos de sus compatriotas. Conocedor de que podía acabar firmando por un club transalpino y de la política de jugadores extranjeros que podían aceptar los equipos, ya había iniciado en Argentina los trámites para nacionalizarse español antes de partir hacia Europa, de manera que en ningún caso iba a ocupar una ficha de extracomunitario, por la que se pelean –siempre metafóricamente hablando– los jóvenes. De hecho, el conjunto arancioneroverdi que acabó en vigésima posición aquella temporada tenía un total de seis jugadores sudamericanos (cinco argentinos y un brasileño) en su plantilla. Pero la burocracia le jugó una mala pasada. Su representante le llevó hasta Venecia tras haber dicho a los dirigentes de la entidad que el pasaporte estaba en regla sin esperar a que terminaran las gestiones, y por eso mismo comenzó la pretemporada con el equipo. Por desgracia para Bassó, el plazo de fichajes se cerró sin que se pudiera completar el proceso que le haría español, por lo que tuvo que volverse a Santa Fe de vacío al no quedar fichas libres.

Más tarde llegaría su debut con el primer equipo de Unión el 15 de agosto de 2004 que el diario El Litoral de Santa Fe destacaba así: “Bassó se mostró muy participativo, sobre todo para colaborar en el juego aéreo defensivo haciendo pesar su 1,91 metros de altura. No desentonó y ratificó que es un jugador para tener en cuenta”.

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Bassó con la rojiblanca del «Tate» Unión de Santa Fé  https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/149303-el-jugador-de-union-que-quiso-ser-sicologo-y-actor-la-historia-de-octavio-basso.html

Ahí estaba, un par de temporadas después de su primer intento por recalar en un club europeo, muerto de frío en Lasesarre tras firmar, por fin, su contrato. Lo curioso es que pronto descubriréis que esa no era su ambición real en la vida. Ni mucho menos. Ha pasado más de una década desde aquella presentación en la que prometió “romperse en la cancha” y todavía es capaz de recitar de memoria casi la totalidad del plantel de aquella temporada 2005-2006 que terminó, como él mismo recuerda, con un agónico partido frente a la Real Sociedad B a domicilio que certificó la permanencia por un solo punto (el filial txuriurdin terminó segundo tras el Salamanca). “Iñaki Zurimendi, del que guardo un gran recuerdo, el fisio Santi Campa, que me dio una mano enorme cuando estuve allá, Fernando –el utilero– […], Joseba del Olmo, Urbano, Unai Alba, Armendariz, me acuerdo de Jon Altuna, de Joseba Iglesias, de Lombraña, de Isaac Cortés –duda un poco pero acierta–, de Álex Hernandez, que era lateral derecho…”.“Era un vestuario tranquilo, unido. Por lo general y a pesar de lo que se estaba viviendo, reinaba el buen clima. Entendíamos hacia dónde tenían que apuntar todas las ideas, todas las ganas, toda la motivación… Mucho tuvieron que ver jugadores como Urbano, Unai Alba o Armendariz”, dice.

Algunos aficionados con buena memoria todavía recuerdan –y gracias a ellos lo sé yo, que por entonces tenía diez años– el doblete que metió el argentino en Zalla para remontar en el descuento (empató en el 91’ y metió el gol de la victoria en el 94’, llevando el delirio a la vieja tribuna en la que un centenar de aficionados aurinegros se agolpaban en Landaberri) o su absurda expulsión en un partido frente al Burgos tras marcar uno de los goles que daba la victoria al equipo por 3-1. Tras anotar, Bassó se dirigió a un padre y su hija, argentinos y aficionados al Barakaldo como los que más, para abrazarlos y dedicarles el gol. “El juez me dijo que estaba poniendo en riesgo la seguridad de la grada y me sacó la segunda amarilla”, cuenta. El hecho es que el club recurrió esa amonestación aportando vídeo de lo ocurrido y se la retiraron, por lo que pudo jugar el siguiente partido.“El partido de Zalla nos dio el aire, el respiro y la fuerza para poder dar el último empujón hacia la salvación. Y la del Burgos es una historia muy linda y muy triste, porque la pequeña me había pedido que le dedicara un gol. Me expulsaron y no lo comprendí”. Me sorprende el grado de exactitud con el que cuenta estas anécdotas, que admite recordar “con mucha simpatía y con mucha nostalgia”.

DOS GOLAZOS DE BASSÓ, ANTE EL BURGOS C.F. Y EL DEL DESCUENTO EN ZALLA

Y no exagera. Aquel año solo se pudo respirar con alivio el 28 de mayo, una vez terminada la trigésimo octava jornada. Después de pasar la mayoría de fechas en zona de descenso, un gol de Joseba del Olmo certificaba la permanencia en Anoeta, a donde viajaron cientos de aficionados que una vez finalizado el partido esperaron a los jugadores para un último saludo. Al final descendieron Zalla, Portugalete, Alavés B, Durango y Amurrio. “Nos saludaban y nos agradecían el esfuerzo que hicimos por mantener la categoría y la dignidad del club en esa pelea por la Segunda B. Es un recuerdo muy grato que guardo en mi memoria, fue un momento muy hermoso”, recuerda ahora. “A día de hoy se me pone la piel de gallina al recordarlo”

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Bassó despidiéndose de la afición en su último partido con el Baraka.                        Anoeta (28/05/06)  Foto:CanalBarakaldo

Pero ninguna de esas dos son comparables, según Zurimendi, a su favorita. Le recuerda como un gran trabajador y un gran jugador, pero, sobre todo, como alguien “muy maduro”. En sus primeros partidos, quizá por los nervios de querer demostrar toda su valía o simplemente por su forma de ser, el técnico le veía como alguien “impulsivo, que podía dejar en cualquier momento al equipo con un jugador menos por cualquier tontería”. Y en la situación que estaba el equipo, no era algo que podía ocurrir. Por eso mismo, en el descanso de un partido en Lasesarre –“Me acuerdo incluso del sitio exacto del vestuario en el que tuvimos esa conversación”, me dice Iñaki–, apartó a Bassó para decirle que se calmara porque el nerviosismo que mostraba podía jugarle una mala pasada. “Profe, usted tranquilo”, le dijo Octavio. Zurito me relata imitando el acento argentino una de las charlas más surrealistas que ha tenido nunca con un jugador: “Cuando yo salgo a la cancha –le suelta Octavio–, busco al más tonto y, cuando lo busco, lo encuentro. En todos los equipos hay un tonto, no se preocupe”. “Te puedo asegurar que las dos veces que buscó las cosquillas al rival, el que se fue expulsado no fue Bassó. La madre que me parió. Era más veterano que los de treintaytantos”.

Tras seis buenos meses en el pueblo y una vez terminada la temporada, Bassó decidió tomar una decisión que cambiaría su vida a partir de ese momento: dejar el fútbol de manera inmediata. Su lesión –sufría una triple operación de ligamentos en la rodilla derecha desde varios años antes– y sobre todo sus ganas de formarse como sicólogo, que en realidad era su meta en la vida, le pudieron. Un futbolista que lo deja todo por empezar a estudiar. Lo relata así: “Cuando estaba en el Baraka, cada vez fue más fuerte el deseo de poder continuar mi formación en otros aspectos. El deseo de convertirme en sicólogo hacía rato que me venía dando vueltas y tenía muchas ganas de formalizar ese deseo. Cuando regresé a Argentina de vacaciones me entraron las dudas e incluso intenté compaginarlo, pero no pude. El ritmo itinerante del fútbol no me dejó”. Un futbolista que cuelga las botas para coger un libro. Se me podrían ocurrir miles de bromas, pero no puedo hacerlas. No me salen. Se sacó la carrera en cinco años y actualmente ejerce en la Defensoría del Pueblo de Santa Fe, un organismo del Estado, atendiendo a mujeres y niños víctimas de violencia. También tiene una consultoría privada, ha publicado el ensayo sociológico Ruta crítica: trayectoria de mujeres en situación de violencia y expone en congresos de sicoanálisis.

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Bassó en una reciente obra teatral

El teatro también es parte de su vida: ha participado y escrito varias obras que se han representado en grandes salas. Y creo que, después de todo, es un hombre feliz. Muchos de nosotros hubiéramos firmado por dedicarnos a jugar al fútbol y vivir de ello, pero él decidió hacerse a un lado para seguir su sueño, que no era otro que estudiar y dedicarse a la sicología. Por eso mismo, lo único que espero es que ese especialista al que deben visitar los niños que sueñen con jugar en Lasesarre o en cualquier campo de equipo desgraciado de puntos indeterminados de la geografía española, sea alguien como Octavio. Más como él, por favor.

ANDER GARRIDO