OCTAVIO BASSÓ. ARGENTINO Y GUALDINEGRO

Una de esas historias que te hacen reencontrar la pasión por escribir en gualdinegro llega cuando Agustín, hermano de Octavio, nos envía un par de goles, saludos desde 10.000 kilometros y la confesión del delantero santaferino de su amor por el Barakaldo C.F. Al tiempo, el periodista y socio del Barakaldo C.F. Ander Garrido, desempolva un artículo fabricado en sus tiempos de universidad de la mano de los recuerdos una persona que le conoció bien, Iñaki Zurimendi y del propio atacante argentino. No podemos más que agradecer y publicar íntegramente ésta delicia de texto, El breve paso de Bassó por el club no hace más que alimentar el curioso viaje por el mundo del balonpié de un futbolista que dejó huella.

No creo que haya, en los tiempos que corren, ningún niño que admita que su sueño es ser jugador del Baraka, al igual que ningún chaval gallego dirá que su propósito en la vida es vestir la camiseta del Rápido de Bouzas o una chiquilla melillense quiera pisar La Espiguera vestida de corto antes de morir. Y en el caso de que  de estos tres supuestos llegara a ocurrir, recomiendo encarecidamente a los padres de esa criatura pedir cita en la consulta de un especialista lo antes posible. Sí admitiría que soñaran con jugar en el Olímpico de Roma, Stamford Bridge, el Parque de los Príncipes o Anfield. Incluso, qué cojones, debutar con el Athletic club de Bilbao, pero no con un equipo como el Barakaldo.

Aunque en los últimos años haya aflorado la idea de convertirse en youtuber o influencer (el típico flipado de toda la vida –en muchos casos–, pero con una cámara y conexión a Internet–siempre–), la más reciente encuesta anual publicada por la compañía de recursos humanos Adecco revela que casi uno de cada cinco niños españoles quiere ser futbolista. Y es un dato que no sorprende. De hecho, cuando son preguntados por su jefe ideal, contestan que quieren que sea Messi, Cristiano Ronaldo o Sergio Ramos. El día que se enteren que la mayoría de ellos son semianalfabetos y que defraudan a Hacienda será una risa. Y sí, es una generalidad y siempre hay excepciones, pero en el mundo del fútbol cada vez es más difícil salirse del estereotipo de peinados extravagantes y camisetas ceñidas. Filipe Luis, lateral del Atlético de Madrid y uno de estos jugadores diferentes, dijo en una entrevista publicada en El Mundo el 12 de octubre de 2017 que “los jóvenes creen que si van con un neceser de marca bajo el brazo, unas zapatillas de 400 euros y ocho tatuajes ya son estrellas”. Los deportistas en general —y los futbolistas en particular— no suelen salir de ese estándar. Y, por eso mismo, cuando aparecen historias que trascienden el típico patrón, merece la pena que alguien las saque a la luz.

descargaOctavio Bassó (Santa Fe, 1983) fue el tercer argentino que vistió la zamarra del Baraka. Antes lo habían hecho Cioffi (marcó dos goles durante la temporada 78-79) y Osvaldo (durante la 80-81); después de él llegó Comini. Bassó fue oficialmente presentado por el expresidente Miguel Acero ante los medios de comunicación el 10 de enero de 2006. El jugador, que llegó procedente del Atlético Unión de Santa Fe, había salido de su ciudad natal a 40 grados y declaró tiritando durante aquella noche invernal que “con las ganas de jugar se superarán todas estas dificultades”. Ahora, más de diez años después, admite –con una pausa que enmudece al interlocutor–que recuerda ese acto con mucho cariño: “Cuando me puse la ropa para dar unos toques al balón tenía las piernas moradas del frío. Sufrí bastante durante los primeros días”. Pese a ello, reconoce una rápida adaptación a su nueva vida. “Me integré pronto a ese grupo y al club porque me acobijaron muy bien”, añade.

Aunque esa fuera su presentación en sociedad con la gualdinegra, no era la primera vez que el joven delantero estuvo cerca de pisar el Campo de Fútbol de Lasesarre, que en aquellos días ni siquiera había cumplido los veintitrés. Durante el verano de 2005 y con 22 años, Iñaki Zurimendi le quiso reclutar para el club en plena pretemporada con el equipo, pero por distintas razones no se dio. “Por algunas cuestiones que tenían que ver con mi situación contractual con Unión no pudo hacerse el fichaje por el Barakaldo y, bueno… tuve que esperar unos seis meses”, comenta algo resignado. El técnico sonríe orgulloso cuando se le recuerda el nombre de un jugador que, aunque no figure en demasiados episodios de los libros de historia del club, dejó un gran recuerdo. Se sorprende, incluso, cuando le cuento que tengo concertada una entrevista con él al día siguiente. “¡Claro que me acuerdo, si lo fiché yo!”, dice el de Alonsotegui con el tono dicharachero que le caracteriza. “Era un jugador muy trabajador, un chico muy simpático y un gran compañero. Fue una pena que no estuviera con nosotros desde el principio”.

La realidad es que ese no era su primer fichaje frustrado con un club extranjero. Con 19 años, decidió, al igual que muchos otros jugadores latinoamericanos, participar en un campus de futbolistas en el sur de Italia que podía servir de escaparate para muchos jóvenes. Tras esa prueba que pudo haberse convertido en la parrilla de salida para una prometedora carrera, el Associazione Calcio Venezia (actualmente Venezia Football Club) de la Serie B se fijó en él y en algunos de sus compatriotas. Conocedor de que podía acabar firmando por un club transalpino y de la política de jugadores extranjeros que podían aceptar los equipos, ya había iniciado en Argentina los trámites para nacionalizarse español antes de partir hacia Europa, de manera que en ningún caso iba a ocupar una ficha de extracomunitario, por la que se pelean –siempre metafóricamente hablando– los jóvenes. De hecho, el conjunto arancioneroverdi que acabó en vigésima posición aquella temporada tenía un total de seis jugadores sudamericanos (cinco argentinos y un brasileño) en su plantilla. Pero la burocracia le jugó una mala pasada. Su representante le llevó hasta Venecia tras haber dicho a los dirigentes de la entidad que el pasaporte estaba en regla sin esperar a que terminaran las gestiones, y por eso mismo comenzó la pretemporada con el equipo. Por desgracia para Bassó, el plazo de fichajes se cerró sin que se pudiera completar el proceso que le haría español, por lo que tuvo que volverse a Santa Fe de vacío al no quedar fichas libres.

Más tarde llegaría su debut con el primer equipo de Unión el 15 de agosto de 2004 que el diario El Litoral de Santa Fe destacaba así: “Bassó se mostró muy participativo, sobre todo para colaborar en el juego aéreo defensivo haciendo pesar su 1,91 metros de altura. No desentonó y ratificó que es un jugador para tener en cuenta”.

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Bassó con la rojiblanca del «Tate» Unión de Santa Fé  https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/149303-el-jugador-de-union-que-quiso-ser-sicologo-y-actor-la-historia-de-octavio-basso.html

Ahí estaba, un par de temporadas después de su primer intento por recalar en un club europeo, muerto de frío en Lasesarre tras firmar, por fin, su contrato. Lo curioso es que pronto descubriréis que esa no era su ambición real en la vida. Ni mucho menos. Ha pasado más de una década desde aquella presentación en la que prometió “romperse en la cancha” y todavía es capaz de recitar de memoria casi la totalidad del plantel de aquella temporada 2005-2006 que terminó, como él mismo recuerda, con un agónico partido frente a la Real Sociedad B a domicilio que certificó la permanencia por un solo punto (el filial txuriurdin terminó segundo tras el Salamanca). “Iñaki Zurimendi, del que guardo un gran recuerdo, el fisio Santi Campa, que me dio una mano enorme cuando estuve allá, Fernando –el utilero– […], Joseba del Olmo, Urbano, Unai Alba, Armendariz, me acuerdo de Jon Altuna, de Joseba Iglesias, de Lombraña, de Isaac Cortés –duda un poco pero acierta–, de Álex Hernandez, que era lateral derecho…”.“Era un vestuario tranquilo, unido. Por lo general y a pesar de lo que se estaba viviendo, reinaba el buen clima. Entendíamos hacia dónde tenían que apuntar todas las ideas, todas las ganas, toda la motivación… Mucho tuvieron que ver jugadores como Urbano, Unai Alba o Armendariz”, dice.

Algunos aficionados con buena memoria todavía recuerdan –y gracias a ellos lo sé yo, que por entonces tenía diez años– el doblete que metió el argentino en Zalla para remontar en el descuento (empató en el 91’ y metió el gol de la victoria en el 94’, llevando el delirio a la vieja tribuna en la que un centenar de aficionados aurinegros se agolpaban en Landaberri) o su absurda expulsión en un partido frente al Burgos tras marcar uno de los goles que daba la victoria al equipo por 3-1. Tras anotar, Bassó se dirigió a un padre y su hija, argentinos y aficionados al Barakaldo como los que más, para abrazarlos y dedicarles el gol. “El juez me dijo que estaba poniendo en riesgo la seguridad de la grada y me sacó la segunda amarilla”, cuenta. El hecho es que el club recurrió esa amonestación aportando vídeo de lo ocurrido y se la retiraron, por lo que pudo jugar el siguiente partido.“El partido de Zalla nos dio el aire, el respiro y la fuerza para poder dar el último empujón hacia la salvación. Y la del Burgos es una historia muy linda y muy triste, porque la pequeña me había pedido que le dedicara un gol. Me expulsaron y no lo comprendí”. Me sorprende el grado de exactitud con el que cuenta estas anécdotas, que admite recordar “con mucha simpatía y con mucha nostalgia”.

DOS GOLAZOS DE BASSÓ, ANTE EL BURGOS C.F. Y EL DEL DESCUENTO EN ZALLA

Y no exagera. Aquel año solo se pudo respirar con alivio el 28 de mayo, una vez terminada la trigésimo octava jornada. Después de pasar la mayoría de fechas en zona de descenso, un gol de Joseba del Olmo certificaba la permanencia en Anoeta, a donde viajaron cientos de aficionados que una vez finalizado el partido esperaron a los jugadores para un último saludo. Al final descendieron Zalla, Portugalete, Alavés B, Durango y Amurrio. “Nos saludaban y nos agradecían el esfuerzo que hicimos por mantener la categoría y la dignidad del club en esa pelea por la Segunda B. Es un recuerdo muy grato que guardo en mi memoria, fue un momento muy hermoso”, recuerda ahora. “A día de hoy se me pone la piel de gallina al recordarlo”

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Bassó despidiéndose de la afición en su último partido con el Baraka.                        Anoeta (28/05/06)  Foto:CanalBarakaldo

Pero ninguna de esas dos son comparables, según Zurimendi, a su favorita. Le recuerda como un gran trabajador y un gran jugador, pero, sobre todo, como alguien “muy maduro”. En sus primeros partidos, quizá por los nervios de querer demostrar toda su valía o simplemente por su forma de ser, el técnico le veía como alguien “impulsivo, que podía dejar en cualquier momento al equipo con un jugador menos por cualquier tontería”. Y en la situación que estaba el equipo, no era algo que podía ocurrir. Por eso mismo, en el descanso de un partido en Lasesarre –“Me acuerdo incluso del sitio exacto del vestuario en el que tuvimos esa conversación”, me dice Iñaki–, apartó a Bassó para decirle que se calmara porque el nerviosismo que mostraba podía jugarle una mala pasada. “Profe, usted tranquilo”, le dijo Octavio. Zurito me relata imitando el acento argentino una de las charlas más surrealistas que ha tenido nunca con un jugador: “Cuando yo salgo a la cancha –le suelta Octavio–, busco al más tonto y, cuando lo busco, lo encuentro. En todos los equipos hay un tonto, no se preocupe”. “Te puedo asegurar que las dos veces que buscó las cosquillas al rival, el que se fue expulsado no fue Bassó. La madre que me parió. Era más veterano que los de treintaytantos”.

Tras seis buenos meses en el pueblo y una vez terminada la temporada, Bassó decidió tomar una decisión que cambiaría su vida a partir de ese momento: dejar el fútbol de manera inmediata. Su lesión –sufría una triple operación de ligamentos en la rodilla derecha desde varios años antes– y sobre todo sus ganas de formarse como sicólogo, que en realidad era su meta en la vida, le pudieron. Un futbolista que lo deja todo por empezar a estudiar. Lo relata así: “Cuando estaba en el Baraka, cada vez fue más fuerte el deseo de poder continuar mi formación en otros aspectos. El deseo de convertirme en sicólogo hacía rato que me venía dando vueltas y tenía muchas ganas de formalizar ese deseo. Cuando regresé a Argentina de vacaciones me entraron las dudas e incluso intenté compaginarlo, pero no pude. El ritmo itinerante del fútbol no me dejó”. Un futbolista que cuelga las botas para coger un libro. Se me podrían ocurrir miles de bromas, pero no puedo hacerlas. No me salen. Se sacó la carrera en cinco años y actualmente ejerce en la Defensoría del Pueblo de Santa Fe, un organismo del Estado, atendiendo a mujeres y niños víctimas de violencia. También tiene una consultoría privada, ha publicado el ensayo sociológico Ruta crítica: trayectoria de mujeres en situación de violencia y expone en congresos de sicoanálisis.

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Bassó en una reciente obra teatral

El teatro también es parte de su vida: ha participado y escrito varias obras que se han representado en grandes salas. Y creo que, después de todo, es un hombre feliz. Muchos de nosotros hubiéramos firmado por dedicarnos a jugar al fútbol y vivir de ello, pero él decidió hacerse a un lado para seguir su sueño, que no era otro que estudiar y dedicarse a la sicología. Por eso mismo, lo único que espero es que ese especialista al que deben visitar los niños que sueñen con jugar en Lasesarre o en cualquier campo de equipo desgraciado de puntos indeterminados de la geografía española, sea alguien como Octavio. Más como él, por favor.

ANDER GARRIDO

AIZPURU, OTRO DE LOS RETOÑOS DEL CHOPO

Aizpuru portero Barakaldo CF

Haber hablado con José Miguel Aizpuru (26/10/1948 Bilbao, Bizkaia), aunque haya sido telefónicamente, es una de esas muescas que uno deseaba hacer en su culata gualdinegra. Dicho y hecho. Con el que durante cuatro temporadas fuera el inquilino de la portería del Barakaldo CF hemos compartido vivencias de una época que tuvo probablemente las luces más brillantes de la historia gualdinegra, pero también esas eternas sombras, que nos son tan propias y conocidas, y, por qué no decirlo, tan intrínsecamente nuestras.

Aizpuru fue uno de tantos retoños de la cantera bilbaína que crecieron alrededor del mítico y legendario chopo de San Mamés, José Ángel íribar, y que ante la imposibilidad de disfrutar de minutos entre los tres palos de la meta rojiblanca, optó por buscarse la vida en otras latitudes. A uno le vienen a la cabeza los Deusto, Burgueña, Basauri o Santamaría que encontraron acomodo en equipos de Andalucía o Levante. No decidió hacerlo tan lejos el protagonista de nuestra entrevista, José Miguel Aizpuru, aunque su primera incursión fuera de nuestra tierra fue, como la de tantos otros por aquel entonces, para cumplir el servicio militar. En concreto, la temporada 70-71, jugó en el Racing de Ferrol. “Pero no llegué a debutar”, nos cuenta. “Me rompí el escafoide y estuve casi dos meses escayolado”.
De vuelta a Bilbao, en la temporada 71-72 comienza con el Bilbao Athletic en tercera división, pero ese mismo año Salvador Artigas, entrenador del Athletic, reclama su presencia en la primera plantilla, donde comienza también la siguiente campaña a las órdenes del serbio Milorad Pavic, en la que los rojiblancos obtienen el título de Copa ante el Castellón, “pero tenía por delante a Íribar, que eran palabras mayores, y a Marro, así que como no jugaba nada, y pese a que tenía otro año de contrato, hablé con el gerente José Ignacio Zarza y le dije que me buscara algo. Vino el Burgos, así que me fue allí”, nos cuenta. En el cuadro castellano, Aizpuru pasó dos temporadas, ambas en segunda división, jugando un total de 21 partidos, abandonando el club a la conclusión de la campaña 74-75. “Recibí la llamada de José Ignacio Méndez (entonces Secretario General, N del A.) para fichar por el Barakaldo, y como ya tenía dos hijos y el tercero venía en camino dije, ¡nos vamos para casa!”.
Su primera temporada en el Barakaldo fue la 75-76. “Con Juanito Arriarán en el banquillo jugamos la promoción de ascenso a segunda contra el Cádiz, tras quedar segundos por detrás del Pontevedra”, recuerda. Una promoción en la que las opciones gualdinegras fueron más bien pocas: “El Cádiz era un equipo muy bueno, en el que, entre otros, destacaba especialmente el delantero barakaldés Íbañez. Allí perdimos por 3-0 y aquí, aunque nos adelantamos con un gol de Txiki Sainz, ganamos por un insuficiente 3-2”.

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Aizpuru defendiendo la portería del Barakaldo en Lasesarre

La siguiente temporada se produce la llegada, procedente de la Gimnástica de Torrelavega, de Manuel Fernández Mora Moruca, probablemente el entrenador que más profunda huella haya dejado en Lasesarre y a quien Aizpuru recuerda con enorme cariño. “Moruca era un fenómeno. Además era muy compañero, todos estábamos muy contentos con él. Era un tío muy normal del que recuerdo que le gustaba mucho la pizarra: antes de cada partido nos ponía delante de ella para ilustrarnos la táctica con muñequitos”, recuerda Aizpuru. Lo cierto es que el Barakaldo se pasea en el grupo I de la Tercera División y consigue el retorno a la división de plata del fútbol español. “Nos hinchamos a meter goles. Teníamos buena gente arriba: Larreina, Sebas, Regúlez,… “, comenta.
No obstante, lo mejor de la trayectoria del guardameta bilbaíno en su periplo fabril estaba por llegar. “Mantuvimos la buena plantilla que teníamos y llegaron dos refuerzos del Bilbao Ath.: Bengoetxea y Sarabia. Tampoco es que estuviéramos muy al corriente de lo que podían llegar a ser, sobre todo Manolo”, nos cuenta, al tiempo que aprovecha para recordarnos una anécdota: “Recuerdo que cuando llegaron, en un entrenamiento estaba con Moruca, que como te he comentado era una persona muy cercana, y cuando empezamos a ver las evoluciones de Sarabia, le dije, «oye míster, ¿pero quién es este tío que nos han traído aquí?». ¡Fíjate tú la que armó!”, comenta divertido. Y es que la aportación goleadora de los dos cedidos resultó determinante para que aquella temporada 77-78 el Barakaldo rozara la hazaña del ascenso a la máxima categoría. “Además de ellos, teníamos una plantilla muy completa a la que también habían llegado el defensa Docal, procedente del Valladolid, y el centrocampista Duñabeitia, procedente del Zaragoza, entonces en primera división. Estaban Manolo, Carmelo, Martín, Dueñas… Así y todo, empezamos la temporada pensando en no bajar a tercera, pero empezamos a sumar y nos metimos arriba. Hacíamos bromas y todo: «¡El año que viene: Barakaldo-Barcelona. Ya verás tú cuando vengan y vean esta tribuna y estas casetas! », rememora jocoso. Lo cierto es que el equipo gualdinegro llega a la última jornada a dos puntos de segundo y tercer clasificados, el Celta y el Recreativo de Huelva, a los que supera en el average particular, por lo que necesita de una victoria en Tenerife y de la derrota de uno de los dos. “ la mala suerte de que tanto el Castellón, rival del Recreativo, no se jugara nada, como que al Getafe, del Celta, le bastara un empate para salvarse”, señala. Los tres partidos se saldan con empate a cero y el sueño del ascenso se esfuma.
Para Aizpuru, la clave de aquella exitosa campaña estuvo en el gran ambiente reinante en la plantilla: “Era un grupo en el que yo era de los más veteranos, porque empezaban chavales como Sebas, Delgado o Manolo, pero hacíamos un gran grupo. Acababa el entrenamiento y nos íbamos todos a tomar una cerveza a un bar que había a la vuelta de Lasesarre”. Y en concreto, tiene un recuerdo muy especial para un hombre, todo furia y pundonor: Larreina. “Habría que hacerle un monumento en Lasesarre”, apunta.

Plantilla Barakaldo 1977-79 Lasesarre
Plantilla del Baracaldo C.F. 1977/78 al final de temporada. Aizpuru, el primero de la fila de arriba

Un nuevo descenso
Y fiel a lo que ha sido nuestra historia, paso del blanco al negro sin solución de continuidad. Se produce el retorno de Sarabia y Bengoetxea al Athletic, la marcha de Benito al Recreativo, y Mora se va a probar fortuna al banquillo de uno de los gallitos de segunda: el Elche (donde, por cierto, solo dura 14 partidos). Su sustituto fue Manuel Martínez Canales, “Manolín”. La campaña concluye con un incontestable descenso, pese a que la pretemporada auguraba todo lo contrario. “Ganamos el torneo Príncipe Felipe en Santander, venciendo a dos primeras como el Racing y el Sporting de los Morán, Quini, Ferrero o Cundi, que venía de acabar quinto y que esa temporada sería subcampeón de liga. Pero es que también habíamos superado por penaltis al Athletic en Lasesarre en las semifinales de los «Juegos de Euskadi”, señala Aizpuru, para quien una de las claves estuvo en la falta de acierto arriba: “No le hacíamos un gol ni al arco iris. Recuerdo que nos trajeron cedidos del Burgos al argentino Cioffi y a Emilio Faubel, pero no hubo manera. Además, Manolín quizás estaba ya un poco de vuelta de todo, y su sustituto, García de Andoín, tampoco consiguió enderezar la marcha”.
Uno de los borrones particularmente dolorosos de aquella campaña se produce en la octava jornada, en un encuentro ante el Cádiz en Lasesarre, que concluye con una contundente derrota por 0-5 y con la dimisión en bloque de la directiva encabezada por Jose Mari Bañales. “Aquel partido no lo jugué. Recuerdo que el día anterior llamé a Juanjo Campa, el masajista, por una molestia que tenía en el vientre y que parecía apendicitis. Me llevaron a la clínica y me realizaron unas pruebas en las que no se detectó nada, pero por precaución me quedé en el banquillo y Manolín, que las pasaba canutas, me decía «¡Ay Dios mío, ahora esto!»”, recuerda, al tiempo que aprovecha para ensalzar la figura de Jose Mari Bañales: “Era una persona entrañable, un fenómeno. Me dio muchísima pena cuando se marchó”.

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Con el descenso, llega también la decisión de José Miguel Aizpuru de dejar el fútbol, pese a que todavía solo tenía 30 años. “Podría haber seguido. El presidente Andrés Vázquez quería que continuara y también me llamó José María Negrillo, que había sido ayudante de Max Merkel, y que me había entrenado en el Burgos, para que me fuera al Jerez, pero había comenzado con algunos negocios así que decidí dejarlo”, señala. Aunque no del todo: Aizpuru nos recuerda una divertida anécdota que le sucedió unos meses después. “Estaba por Deusto cuando de repente me ve el presidente del Deusto, que entonces militaba en tercera división, y me dice que les tengo que hacer el favor de jugar con ellos, ya que tienen a sus dos porteros lesionados. Le dije: ¡no me jodas, que llevo más de medio año sin jugar! Pero ante su insistencia me tuve que poner los guantes de nuevo. Jugamos contra el Lagun Onak y el Talavera. Después del primer partido, tenía agujetas”, nos recuerda.
Después de casi 40 años de su paso por el Barakaldo, de cuya actualidad le gusta estar al tanto, Aizpuru evoca con mucho cariño su paso por nuestro equipo. “A mí en el Barakaldo me salió todo bien. La verdad es que no tengo más que buenos recuerdos de mi Barakaldo”. Y, creenos José Miguel, los que tuvimos la suerte de verte defender la portería gualdinegra, no tenemos más que buenos recuerdos de ti.

Una entrevista de  EL ZURDO para HISTÓRICO BARAKALDO

RICARDO MIRANDA ALONSO «CACHI»

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Tal y como reza, esquela de Ricardo Miranda jugador del Barakaldo y miembro de ANV

El 26 de abril de 2017, se cumplen 80 años de uno de los hechos más trágicos y tristemente recordados de la Guerra Civil Española: el bombardeo de la villa de Gernika. Un aniversario que también se puede y se quiere recordar desde este espacio que es Histórico Barakaldo pero en la claves que, evidentemente, normalmente se tocan aquí.
De esta forma, como ya se ha citado en alguna entrada anterior, la actividad del equipo, por aquel entonces Baracaldo F.B.C.,  se interrumpió a consecuencia del golpe de estado que desembocó en la contienda, en un momento en el que la entidad gualdinegra militaba en la Segunda División (así lo hizo en las  temporadas 1934/35 y 1935/36)
La irrupción de la Guerra Civil hace que se paralicen las competiciones y parte de los jugadores del Barakaldo salen hacia el frente, situación que provoca que el club quede inactivo ya en pleno 1937. Uno de aquellos futbolistas de los que se tiene constancia que tomaron parte en la guerra fue Ricardo Miranda Alonso, más conocido como Cachi.
Cachi fue un afiliado de la agrupación barakaldesa de Acción Nacionalista Vasca (ANV), partido político fundado en 1930, de ideología nacionalista vasca que se definía como de izquierdas, republicano e independentista. En su faceta balompédica, su posición en el campo era la de medio izquierdo y además de vestir la camiseta amarilla y negra del Barakaldo, también portó la zamarra albiazul del Deportivo Alavés.
“Baracaldés de nuestras estampas clásicas”, como reza la esquela que se adjunta y que se ha tomado para la elaboración de este post del libro “La guerra civil en Barakaldo: once meses de resistencia” http://www.edicionesbeta.com/libro.php?id=468 escrito por el historiador y profesor Koldo López Grandoso, Ricardo Miranda Alonso “Cachi” falleció en el frente, concretamente en la localidad alavesa de Legutiano el 2 de diciembre de 1936.
Sirva, con todo, rescatar hoy la figura de este jugador del Barakaldo CF con motivo de la mencionada onomástica, siendo conscientes que, a buen seguro, no fue el único cuya vida fue segada durante aquellos terribles tiempos. Desgraciadamente, los archivos y datos referidos a aquella época son muy escasos. En este sentido, cabe agradecer, nuevamente, la rigurosa labor del baracaldés Koldo López Grandoso al respecto.

Barakaldo FBC 1935
Balaídos (Vigo) 27 de Enero de 1935. Celta de Vigo – Barakaldo FBC (1-1). Cachi es el primero. Junto a él Segurola, Castor, Zuloaga, Olano, Larrazabal, Pisón, y Juan Ramón. Agachados: Fuentes, Antolín y Cachelo.

Un artículo de LUCCE para HISTÓRICO BARAKALDO C.F.

 

MANUEL FERNÁNDEZ MORA Y UN BALÓN DE REGLAMENTO

«Un balón de reglamento. Uno de los recuerdos que me quedan de Manuel Fernández Mora, quien fuera entrenador de aquella temporada 77-78 en que rozamos la gloria del ascenso a primera división con la punta de los dedos, es uno de aquellos legendarios balones de rombos negros y blancos.
Mora se contaba entre la «legión» de amigos y conocidos de mi difunto padre; por ello, le invitó a cenar en casa, creo recordar que la víspera de algún festivo, en aquellos días en que ejercía como míster fabril. Mentiría si dijera que me acuerdo de muchos detalles de aquella velada; si acaso, de cómo ensalzaba a Manolo Sarabia, de quien decía algo así como que si en Lasesarre nos dejaba maravillados, fuera sus actuaciones eran aún más prodigiosas.
En correspondencia a aquella invitación, nos dijo a mis hermanos y a mí que bajáramos al entrenamiento matinal del día siguiente, si mi memoria no me falla, al término del cual nos obsequió con aquel balón de reglamento, un poco gastado por el uso, sí, pero que durante un tiempo, en aquella época en que dominaban los esféricos de curtis en los patios escolares, nos elevó a la categoría de capitanes generales en el colegio de Bagaza, donde acostumbrábamos a gastar suela y horas de ocio jugando al fútbol.
Anteayer se fue para siempre aquel hombre que tan profunda huella dejó en la afición barakaldesa… y cuya generosidad nos permitió patear por primera vez un balón de los de verdad, como los profesionales. Se ha ido justo al despuntar el año en el que la siempre sufrida y leal parroquia gualdinegra celebramos nuestro centenario. El hombre que nos ilusionó e hizo soñar con ese ascenso que, más pronto o más tarde, acabará por llegar, porque la historia nos lo debe. Qué paradojas. Hasta siempre Moruca: gracias por aquellas dos excelentes temporadas que nos diste…y por aquel balón de reglamento.»
Fernández Mora fue entrenador del Barakaldo C.F. en dos de las temporadas más exitosas del club, logrando en la temp. 1976/77 el ascenso a Segunda División y alcanzando un fabuloso cuarto puesto la temporada siguiente (1977/78) en la categoría de plata rozando el ascenso a Primera División.

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Un artículo de EL ZURDO